lunes, 29 de junio de 2009

Fundación Cleotilde S.A. de C.V.



“El destino nos alcanza tarde o temprano” es una frase que escuché en algún lugar recóndito o leí en los subtítulos de una película o serie gringa. No recuerdo, pero es verdad.


A Cleotilde la conocí hace varios años, compartíamos muchas cosas: timidez, música, introspección y el gusto literario. Una tarde tomábamos choco milk con galletas animalitos y me dijo:


-La gente enloquece, Lau. Los libros nos enloquecen y nosotros enloquecemos con ellos, seguimos escribiendo y es un círculo vicioso. Pobres almas en desgracia.


Pactamos, en medio del éxtasis provocado por comer un camello que parecía jirafa y un elefante que tenía forma de dientes de sable, crear una fundación para esas almas en desgracia. No sabíamos a ciencia cierta qué hacer en dicha fundación, pero sobre la marcha se aprendería.


Hace algunas semanas murió Cleotilde. Eso me tiene en un estado de depresión moderada.


Ambas escribíamos (yo aún lo hago) en agendas nuestro paso por la vida. Su mamá me dio las suyas junto con otras cosas que mi amiga me legó.


El destino me alcanzó, no muriendo como ella pero cayó sobre mí la responsabilidad del juramento engalletado que hicimos con los animalitos deformes y sabrosos. La fundación Cleotilde para atender pobres almas en desgracia ha iniciado. Me valdré de la asesoría de personal discapacitado en el área literaria y su conexión con la desdicha humana tanto emocional como psicológica en un mundo que pinta para la decadencia y postmodernidad.


Estoy segura que no podremos rescatar a todos los desdichados pero trataremos de brindarles la oportunidad de gozar su desventura con la irrealidad. Se han reclutado algunos compañeros desde otras latitudes. No contamos con financiamiento más que el de mi beca del PECDA y las becas paupérrimas de amigos escritores pero nos las arreglaremos. Podremos vivir de la caridad de nuestros parientes asalariados. Tampoco tengo una casa del árbol que sirva de cuartel, bastará la terraza de alguien una vez por semana mientras conseguimos el local fijo.


Cleotilde era poeta, en sus agendas viene la mayoría de los poemas que escribió. En tributo a su persona la fundación publicará en el blog su obra y algunos detalles de su vida para configurar un poco a la joven poeta salvaje que se marchó. Hay dibujos que hizo en ratos de ocio, tristeza o ansiedad.


Cleotilde se salió con la suya. Me volveré la detective de su fundación mientras escribo mi libro de cuentos y trato de resolver un crucigrama completo. En la agenda dejó instrucciones de uso, siempre tan precavida ella, y la petición de que yo escriba la novela de la que le hablé las últimas vacaciones que fui con su familia a la playa.


La fundación Cleotilde S.A. de C.V. ha arrancado con un cocktel de bienvenida para cinco personas consistente en micheladas (de mi receta especial) y deditos de queso a la hora de gritar “Goool” en un partido de México vs Venezuela tal como a Cleotilde le hubiese gustado.

jueves, 25 de junio de 2009

El llamado



Había querido mantenerme al margen de las elecciones pero es imposible, hasta para alguien como yo. He recibido el llamado del IFE como representante de casilla tal cual lo recibieron los infelices que fueron a la guerra. Cuento los días para que llegue la fecha no porque me entusiasme el alboroto que se genera con tan esperado evento sino para terminar el calvario al que nos han sometido los candidatos durante meses en interminables campañas.



Es la segunda ocasión que ejerceré mi deber como ciudadana pero será desde una trinchera llamada casilla. A estas alturas ya no puedo dar marcha atrás, sólo cerrar los ojos, rezar un Ave María y presentarme a la guerra que se librará, como cada tres años, en la casilla que me tocó.



No me entusiasma hablar de política como tampoco hacerlo de automovilismo o peleas de gallos (sin hacer referencia a equis slogan de equis campaña). Pero lo que sí me entusiasma es que los candidatos ya no llamarán a mi puerta para despertarme a tempranas horas ofreciendo hasta el alma con tal de tachar su nombre en la boleta ni me darán una gorrita con su rostro arreglado en fotoshop; tampoco visitarán lugares públicos (como mi gimnasio o la cafetería de un amigo) promoviendo el voto. A todos les he asegurado que votaré por ellos y es falso, mi distrito está en un municipio muy, muy lejano. Si de promesas a promesas vamos, yo pierdo.



Probablemente mi indiferencia sea producto de no tener intereses personales en estas elecciones, sólo quiero buenos gobernantes (oh sorpresa, eso está lejos de la realidad pero aún así votaré). O tal vez por mi amargura ante la vida, tampoco poseo la vitalidad de mis compañeros que pasan la tarde y noche bailoteando en el malecón junto a una botarga o se ponen caritas de cartón de equis candidato. Me alegro por ellos, sinceramente y de corazón.



-Yo fui escrutador hace tres años- me decía mi amigo Gil- es la cosa más espantosa que te puedas imaginar. Me vieron chamaco y a la mera hora casi salgo apedreado de la casilla.



Gil es todo amor, el chico más pacífico que he conocido. Cuando le mencioné mi llamado dijo: grave error, Laurita, grave error. Platicó una de sus tantas anécdotas, aquella vez los representantes de partido se hicieron sus amigos mientras la gente votaba. A la hora del conteo la amistad fue cosa del pasado remoto, defendían sus boletas entre ellos a punto de golpearse mientras un hombre epiléptico se contorsionaba de la impresión. Gil no quiso decirme cómo libro tremenda odisea pero sigue traumado y quién sabe si vote este año.



Los medios de comunicación dijeron que fue la contienda más reñida de la historia; los politólogos pusieron en tela de juicio las instituciones encargadas de dar fe democrática y las estadísticas subían y bajaban lo mismo que una montaña rusa para hacernos creer que ganaría un candidato y enseguida el resultado era otro y así sucesivamente. La cicatriz en el brazo del señor T.R. confirma que la civilidad se pierde la noche de las elecciones si hace acto de presencia un grupo de aficionados de equis partido político y prende fuego a las urnas (luego de haber secuestrado la casilla con todo y sus representantes, obviamente) porque intuyen que perderán. Aquel ejido y sus pirómanos pasaron a la historia mientras el señor T.R. maldice su desgracia como presidente de casilla.



Después de las poco alentadoras anécdotas de esos hombres no me entusiasma demasiado pasar el domingo electoral en la casilla habiendo tantos locos sueltos que no respetan el orden utópico que algún día (espero) puedan ver mis nietos. Tampoco soy valiente, me aterra quemarme un brazo defendiendo una urna o socorriendo ataques epilépticos pero cumpliré mi deber y que se haga lo que la suerte disponga, al fin que es cada tres años. A lo mejor, en una de esas, me toca toda la paz del mundo.



Mamá me dijo que conserve la calma si las cosas se ponen feas, quizá sea la más joven de la casilla y algún adulto mayor se apiade de mí para tomarme bajo su protección, como la amable y pachoncita señora Rodríguez, pero no sé qué tanto confiar en ella puesto que hace un sexenio la sacaron del IFE por un ataque de esquizofrenia defendiendo los votos de su partido.

miércoles, 17 de junio de 2009

Maestra sustituta

Para Luz... la nueva graduada


Cuando la gente me pregunta en qué me emplearé cuando termine la licenciatura en literatura les respondo que quizá dando clase para no ahogarlos con respuestas pretenciosas de las que ya estoy un tanto harta. Secretamente le guardo un poco de miedo a la docencia: no es lo mismo pararse delante del grupo de compañeros a exponer un tema que estar frente a los estudiantes en calidad de maestra.



Hay una historia de vida que no olvido y he contado un par de veces cuando los pleitos con maestros salen a colación. Estudiaba segundo año de primaria, era invierno en un pueblito muy frío, estábamos como a 5 o 7ºC y faltaba poco para la hora de recreo. La maestra era gorda y mal encarada, desde que entré al curso me tenía de encargo regañándome a diestra y siniestra; no recuerdo su nombre así que le pondré Esther. Esa mañana Esther no me dejó salir a desayunar, dijo que debía quedarme haciendo planas y multiplicaciones en lugar de tomar mi chocolate calientito en la cooperativa.



Tía Margot daba quinto grado en la misma primaria y siempre desayunábamos juntas. Pasaban los minutos y no veía aparecer a su sobrina, se estaba acabando el chocolate y parecía enfriar más la mañana. Pasando por el otro lado de la cancha asechó el salón de segundo: su sobrinita lloraba de hambre y Esther se pintaba las uñas de un rojo carmín que no iba con su fealdad. El resto de los niños recortaban para un mugroso periódico mural.



-Me llevo a la niña- dijo tía Margot furiosa- es una barbaridad tenerlos encerrados, tienen hambre y hay frío. Ahorita paso un reporte a la dirección.



Esther se levantó, colocó su corpulencia delante de la puerta y se negó a que me sacaran del salón. Los demás niños se pusieron a llorar, yo tuve miedo porque se veía tan grande y tía Margot muy pequeña pero le sostuvo la mirada para defenderme. En las ventanas se amontonaron varios alumnos que correteaban en el jardín y un par de maestros pidiendo a ambas docentes calmarse. Esther gritaba, tenía una voz horrible, decía que estaba en libertad de dejarme encerrada cuando quisiera porque era una fastidiosa – que sacaba dieces, claro está, pero eso no lo dijo- y nadie se entrometería.



Cuando creí que Esther desbarataría a tía Margot de un golpe, esta la hirió en lo más profundo, le habló de la mala reputación que ostentaba y por qué la habían corrido de una escuela religiosa.
Tía ganó la batalla y lo celebramos calmando mis lágrimas con un chocolate calientito.



-Esto no se queda así, Margot- dijo la gorda a la salida- y tu sobrinita ya verá lo que le espera cuando crezca. Ojalá sea maestra la chamaquita esa.



El día llegó, la maldición de Esther podría cumplirse en cualquier momento pero a diferencia de ella, yo no era una gorda maldosa y amargada que se desquitaba con los alumnos.



Las prácticas me tocaron en la primaria de una colonia popular, en la cima de un cerro al que tardé casi una hora para llegar en urbano.



-Este será su salón, señorita- informó la directora del plantel- Segundo grado grupo “B”. Los niños no son malos, sólo traviesos, hay que tenerles paciencia pero puede utilizar la tabla si se salen de control.



He ahí treinta y cinco chicuelos mirándome con sus ojos de plato, uno me abrazó el trasero y quería que lo cargara, otra niña me llevó una paleta y a lo lejos escuché un grito de “piernuda” que no supe de qué boca salió. Los primeros treinta minutos fueron eternos, casi me pongo a rezar cuando le vi la mano a un pequeño monstruito, la tenía atravesada por diez alfileres porque su compañero de pupitre le daría cinco pesos. Una niña quemó los cordones de su zapato con un encendedor que llevaba en la lapicera y una más se orinó. Entre faquires, pirómanos y niños wixones estaba a punto de perder la paciencia y cordura, nadie me hizo caso cuando leí las mejores fábulas de Esopo para un ejercicio de coordinación lectora. Tuve que recurrir al ingenio.
En realidad no fue el ingenio, sino llamar de mi celular a larga distancia a tía Margot pidiéndole auxilio en la cúspide de la locura.



-Señorita Baeza, ha hecho usted un excelente trabajo- felicitó la directora en punto de la una de la tarde- El segundo “B” es el peor grupo, que Dios me perdone pero los niños y hasta las niñas son tremendos. ¿Cómo le hizo, maestra?



-Gracias, directora. En verdad estos niños tienen mucha pila, no son malos, sólo inquietos. Ya me estaban desesperando y les conté la historia de una maestra de segundo año muy mala que amarraba a los alumnos si no se calmaban y les pegaba como piñata hasta cansarse. Les dije que la maestra se llamaba Laura y estudiaba literatura en la universidad, que siempre usaba una blusa blanca y entró de sustituta de la maestra Lilia a la primaria de la colonia Chichimeca.

martes, 9 de junio de 2009

Pociones mágicas


En la secundaria era compradora compulsiva de revistas para adolescentes, ahí se me iba el dinero de la semana, pero poco importaba no desayunar con tal de tener mi colección completa. Cada mes salía un número especial: cabello de súper estrella, piel de ángel, etc y dos veces al año la tan esperada “hechizos de amor”. El miércoles marcado en el calendario, a las ocho de la mañana yo aparecía en el salón y mi amiga Danae me preguntaba “¿la tienes?”, a lo que yo respondía afirmando con la cabeza.

Los años de secundaria son una época extrema: el amor ciego nos lleva a pensar que un adolescente flaco y bobo será el padre de nuestros futuros hijos y si no nos hace caso, valernos del los hechizos de amor de una revista quincenal. Ese era el caso de Danae, la niña más soñadora que conocí en mi vida. Soñadora y llorona: hacía berrinches cuando el flaco y bobo la ignoraba sabiendo que podía tenerla en sus garras. La rubia cabellera de mi amiga cambiaba de peinado todos los días para agradarle y nunca hubo respuesta.

El último recurso de Danae fue pedirme que le ayudara a preparar una pócima mágica, seguramente en la revista vendría la perfecta para atrapar al flaco y bobo de una vez. Yo no estaba tan convencida, coleccionaba el ejemplar pero nunca ponía en práctica su contenido. Tras sus lloriqueos accedí. Buscamos en la lista los hechizos de amor y Danae escogió los más difíciles asegurando que eran los efectivos. Durante esa semana trató de poner inútilmente gotas de lavanda en la camisa apestosa del flaco y bobo, cortarle un mechón de cabello lacio y quitarle un dije que llevaba al cuello. Le pedí a Dandae que desistiera, al flaco y bobo no le gustaban las niñas sino el balón y yo empezaba a fastidiarme de secundarla en la odisea de atraparlo. Pero era mi amiga y cómplice, no iba a dejarla sola a la deriva siendo tan soñadora y llorona.

-Sólo nos queda hacer este- dijo Danae- es un hechizo a la luz de la luna. En tres noches será luna llena, debemos preparar todo.

Se veía tan emocionada que no pude negarme a ayudarla. Lo mejor era que no necesitaríamos nada proveniente del flaco y bobo. Pero no me agradaba la idea de desvelarme hasta las dos de la mañana para invocar las fuerzas de la naturaleza y pedirles el favor mágico para mi amiga.
Quedarme a dormir en casa de Danae para estudiar biología fue la excusa, sólo estaban ella y su madre, que terminando la novela se quedaba dormida.

-Oh, fuerzas místicas de la madre naturaleza- canturreaba mi amiga, las dos llevábamos batas blancas para equilibrar nuestra aura con el ambiente- te pedimos que deposites en este perfume el favor de tu hechizo, que nos otorgues la gracia del amor para que el amor nos siga… no, no, para que el amor me siga, yo soy la que quiere el favor… y que me conviertas en un hada romántica para atraparlo o si no se puede, mínimo mándame a Cupido.

Mientras Danae invocaba las fuerzas místicas de la naturaleza, yo bailaba con los brazos en alto alrededor del frasquito. Ya estaba cansada pero debía hacerlo mientras ella repetía su petición nueve veces haciendo percusiones con dos palitos.

El doberman negro de Danae salió corriendo a perseguirnos en el patio cuando íbamos al final de la octava petición. El can reconoció a mi amiga pero tiró el frasquito con casi todo lo que contenía.

-Métanse, que no es hora de jugar a quién sabe qué-dijo la mamá de Danae muy molesta- pensé que era un ladrón, Pulgoso las pudo lastimar.

Al día siguiente Danae estaba nerviosa, se tronaba los dedos y jugaba la rubia cabellera impaciente por saber si la noche en vela tuvo resultado. Ya no podía más con sus nervios y me pidió escabullirme en el equipo de fut para echar una gotitas del resto de perfume en la camisa apestosa del flaco y bobo.

A la hora de la salida Danae iba más feliz que nunca, el hechizo había funcionado y ahora él la acompañaba a su casa. El noviazgo tardó una semana, el tiempo que le tomó a Danae descubrir que el flaco y bobo tenía aserrín en la cabeza.

Hace un par de años Danae murió. Cada vez que veo la revista que comprábamos en la secundaria me acuerdo de ella, más aún dos veces al año que sale el especial de “hechizos de amor”. Danae nunca supo que tiré el perfume, amenacé al flaco y bobo para que le pidiera ser su novia y lo volvería a hacer si ella estuviera aquí y se enamorara de un idiota más, como suelen hacerlo las niñas románticas, soñadoras y lloronas.