miércoles, 25 de noviembre de 2009

Fuera de lugar




Antes había sentenciado que el mexicano tiene fe: espera un milagro cada vez que elige presidente y cuando hay mundial de futbol. Yo no me incluyo en la espera de ninguno de los dos, a mi veintena de años escarmenté con algunas ilusiones; pero es divertido y me uno a la euforia de la época mundialista, ya que es agradable ver el partido con los amigos y los charritos con chile (botana campechana, por si usted, estimado lector, es de otro estado o país) después de escapar de clases o el trabajo.



Mi estrategia es:

A algunos les ha tocado ver partidos buenos pero a la mayoría, los malos. No sólo hay que lidiar con la decepción de mirar a once hombres representando un país y perdiendo ante el mejor, sino escuchar las alineaciones platónicas de amigos, compañeros de mesa, el barrista o hasta el chofer del camión (cuando se escucha el partido en la radio camino a cualquier destino). Los directores técnicos nunca serán lo suficientemente buenos, sobre todo si alardean largo tiempo y llevan a la selección a pique. Yo le sugeriría a alguno de ellos usar en secreto la estrategia de cualquier aficionado de domingo, a lo mejor pasa el milagrito y los espectadores no repetirán el eterno: jugamos como nunca y perdimos como siempre.



Mexicano de corazón:

¿Cómo no va a ser divertido el turismo futbolero? En televisión nos muestran la imagen del aficionado con camisa verde y el número de Cuauhtemoc Blanco en la espalda (como un mero símbolo, hay variedad de gustos) festejando que está en las ciudades mundialistas de Corea, Alemania y próximamente Sudáfrica, acompañando y apoyando a su selección, en la cual tiene puestas todas sus esperanzas y hasta los santos. El mundial pasado vi en un programa deportivo algunas de las entrevistas que hacen a los mexicanos que viajan para ver a la selección y me conmovió un mecánico que ahorró nueve años para pagar su viaje. Otro que llegó a mi corazón fue un padre de familia que disfrutaba de lo lindo su estancia (cervezas en ambas manos) porque la hija “le donó” el dinero de sus quince años. No paré de reír en un rato por la maldad del padre pero luego imaginé tristemente la cara de la quinceañera cuando le avisaron que no tendría vals ni vestido pero haría feliz a un futbolero de corazón.



No me preguntes, bebé:

He aprendido que si una mujer no aficionada quiere llevar la fiesta en paz con los amigos, novio, esposo o familiares a la hora del fut, debe evitar preguntar o que le expliquen un fuera de lugar. Si alguien amablemente expone qué es o cómo se manifiesta, primero lo hará entendible hasta más no poder pero seguramente no será comprendido y ahí viene otra pregunta: ¿Qué es el área chica y/o el área grande? De nuevo el amable futbolero tratará de ser breve y conciso para no perder valiosos minutos de partido pero vendrá una más y luego otra y la siguiente: ¿Ese es fuera de lugar? ¿Por qué no le saca tarjeta? ¿Cuándo va a hacerle penal? Ya fastidiado, responderá rápidamente para que no le pregunten más y en el momento que voltee la vista para saber si fue entendido, vendrá el gol que definirá la clasificación. El destino es cruel porque todos ven el partido en un extraño canal de paga, donde no repiten tomas ni jugadas y se conformará con saber, por boca de sus cuates, cómo fue o con ver la repetición en el resumen deportivo. No se ofendan, amigas, novias o parientes de futboleros, cuando alguien amablemente les pida que se queden calladas, como en un par de ocasiones me han hecho en partidos decisivos.



Tras bambalinas:

México gana el sábado y desaparece Luz y Fuerza del Centro. Mientras unos festejan en el Ángel de la Independencia y vitorean al “Son de la Negra” con la camisa de la selección y cerveza en mano, desaparece una dependencia gubernamental. Un golazo para los mexicanos. Otra convenientemente casual cortina de humo. Estamos en época de crisis y el mundial ya se acerca. No quiero sonar pesimista, pero si ocurriera uno de los dos milagros citados, y nuestra selección ganara la copa (es una suposición, no se hagan esperanzas, ni tantito) no me extrañaría que en ese momento aprobaran un impuesto por tener hijos y el doble de IVA para comprar alcohol (imprescindible en las victorias futboleras) o que privatizaran la educación; pero no me hagan caso con mis malas vibras, yo igualmente quiero que ya sea junio, para ver qué destino le espera a selección y cómo la pobreza nos va comiendo las patas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Jungla de vanidad


A Laura León de Plaza Américas


La vida de estudiante becada me ha orillado a la austeridad. Antes declaré que uno de mis pecados favoritos es la vanidad, lo sigue siendo aunque no lo ponga en práctica muy seguido. Ahora se trata de andar en bajo perfil y pasar inadvertida, con un atuendo que se repite más de una vez por semana tipo personaje de caricatura (lo que me hace recordar una escena en los Simpson del armario de Bart, repleto de shorts azules y playeras rojas).


Hace unas semanas me preparaba para asistir a la presentación de equis libro por parte de Marcelo Uribe. Había preparado mentalmente un par de preguntas porque me interesaba saber cómo funcionaban ciertas cosas en la editorial Era. La suerte se puso en mi contra una vez más, dejando que el cielo escupiera tremenda lluvia. Quedé atrapada en el transporte urbano (combi) y di por perdida la presentación de Uribe, así que continué la ruta dos. Me bajaría hasta que lo hicieran todos los pasajeros.


Plaza Américas, tan limpia y concurrida como suele ser los sábados por la tarde. Me limpié las botas antes de entrar al edificio y así reducir las miradas de desaprobación de los custodios. Un poco triste para mí caminar sola en una plaza si podía estar plácidamente en la conferencia, escuchando las anécdotas de un editor o caminando por los estantes de libros con la disyuntiva de escoger unos cuantos ajustándome al presupuesto estudiantil. Frente a la entrada de Cinépolis imaginaba si alguien había formulado mis preguntas o si Uribe tendría un futuro regreso.


El plan era beber un café y regresar a casa para ver las películas del único canal que mi televisión portátil transmite. La cafetería favorita estaba repleta de gente, maldije a las parejas de los sábados y en medio de las maldiciones mi mirada se posó en un maniquí. El vestido negro perfecto vestía las imperceptibles curvas de la muñeca, junto al favor de los reflectores y un par de zapatillas. Mis pies avanzaron autómatas, di las buenas tardes y pedí uno en talla pequeña, nada más por la curiosidad de saber cómo se me veía. Igual de autómata cambié el presupuesto de algunos libros por ese metro de tela (si acaso llegaba a tal cantidad) del que quedé enamorada a pesar de haber renegado (en cierta ocasión) de la frivolidad del resto de las mujeres.


A lado del baño de damas estaba el letrero que a cualquiera que lee revistas de cotilleo y moda hacer perder la cordura: 50% de descuento en ropa de verano. Cuando alguien dice que sólo va a ver ropa en una oferta de ese tipo, es una bárbara mentira puesto que, acto seguido, pelea con las demás compradoras por la única blusa de su talla o lanza miradas feroces a la que ose tomar las de la selección personal. “Para cuando haga falta”, pensé al arrebatar el último traje de baño de mi talla, a sabiendas que estamos entrando a invierno. Quizá la señora (digamos, unos cuarenta años y la cara de Laura León) pensó lo mismo cuando me quitó una minifalda y se burló de mi lentitud.


En algún lugar leí (probablemente lo vi en una película) que dejarle una tarjeta con la cuenta de ahorros a una mujer en los centros comerciales era peligroso, como lo es dársela a un estudiante de Letras en la Feria del libro. Yo cambié a Marcelo Uribe y la feria por una jungla del pecado, donde la más rápida es quien da el tarjetazo y se lleva las bolsas con ropa de liquidación. Más tarde, cuando por fin bebo el café que propició mi entrada al centro comercial, miro a un par de ellas caminar triunfales, casi flotando de orgullo, aunque les cueste trabajo cargar la obscena cantidad de bolsas que llevan impresas en ellas los nombres de muchas tiendas. Mi segundo encuentro con la doble de Laura León no fue muy decoroso para su persona: sin afán de burlarme le di la cartera que dejó caer, mientras el encargado de una famosa tienda con nombre de ciudad del Reino Unido la acusaba de dar un cheque falso. La minifalda también fue confiscada y devuelta a su sitio.


Recuerdo que una vez gasté mi dinero de la semana en unos zapatos que no necesitaba y me quedaban grandes. La respuesta de mamá fue: a ver si contemplándolos o con el forro sintético se te quita el hambre cuando debas salir a almorzar. Ya viene fin de mes. ¿Qué descuento podrá hacerme la dueña del departamento en la renta si le ofrezco un vestido, un traje de baño azul y tres blusas?

lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuestión de ocio


A Irving


No sé si bendecirlo u odiarlo, prefiero quedarme en la periferia. El tiempo libre es el que me lleva a gastar tardes frente a la televisión viendo programas que no me dejan otra cosa que ganas de vivir la vida de alguien más o robar unas cuantas características para hacer la mía más interesante, o al menos divertirme de reacciones ajenas. Pero he aprendido a sobrellevar el tedio, después de todo, siempre habrá alguien peor que una.


Trabajo es trabajo:

Me gusta ir en orden cronológico, y qué mejor que empezar por el primero: Adán (espero no herir susceptibilidades, sólo es una suposición burda). Si Dios le regaló una estancia en el Paraíso, como su creador y jefe, era coherente que le disgustara tenerlo como un hijo ocioso y le dio la tarea de poner nombre a cada animal que jugueteara por el Edén. Pero no fue tan malo, no existían los viáticos ni carreteras con las que un burócrata tiene que lidiar. La cómoda vida terminaría en una jornada de trabajo condicionado, pero la recompensa sería igual de buena o mala con la llegada de su femenina pareja porque dos ociosos siempre son mejor que uno.


Premio de premios:

Los concursos no son lo mío pero disfruto verlos, la competitividad entre terceros es muy interesante. Quizá lo más halagador para el competidor sea el reconocimiento como el mejor de su ramo y que esto quede documentado para la humanidad; supongo que esa es la intención del Récord Guinness. El ocio ha traspasado las fronteras de la imaginación y ahora no hay aventura coherente que el hombre no sea capaz de cumplir. En los registros del Guinness ya están los nombres de aquellos que hacen malabares con sierras eléctricas encendidas o pasan infinidad de vueltas en la montaña rusa. Yo pensé que había visto lo suficiente en canales de televisión de paga pero me equivoqué (como suele suceder) porque esta semana Guinness registró a los ganadores de la carrera de bebés montando perros (parece mentira pero es real) y la medalla se la llevó una niña china menor de dos años.


Relaciones públicas:

Cuando el Internet hizo aparición en mi vida, no lo utilizaba para tareas porque tenía Encarta (algunos lo recuerdan) y aprovechaba mi hora diaria permitida en un ciber para conocer gente de los rincones de América donde se hablara español. La misión colectiva era conseguir el correo de un representante de cada país (como en los concursos de belleza) que no pasara de los quince años y fuese aficionado de Caballeros del Zodiaco. Cuando se reunía tal cóctel cultural el siguiente paso era citarlos a todos en una sala privada del chat y tratar de hablar simultáneamente en mi papel de enamorada hasta que se dieran cuenta que mi pasión virtual no le pertenecía a nadie. Como toda una dama de secundaria, me retiraba para dejar a los gentilhombres discutir asuntos de adolescentes y minutos después admirar mi creación: la unificación de una bola de chamacos concentrados en Caballeros del Zodiaco. Ahora considero que mi ocio me ha forjado el talento para relacionar personas y puede serle útil a alguna organización mundial de países en conflicto. Sólo se necesita ser descubierta.


Sopa de letras:

La carrera de literatura no sólo se trata de leer horas hasta que los músculos corporales pierdan gracia pero hay un poco de verdad en ello. Los congresos son frecuentes y agradezco el gesto de los viajeros con ponencias y su disposición de cruzar mares, océanos y continentes para leer investigaciones de detalles literarios que a veces paso por alto pero a la hora de oírlos en una conferencia magistral me dejan boquiabierta. Un joven escritor (del cual estoy platónicamente enamorada) afirma que se trata del ocio más grande pero divertido porque uno de sus maestros se fue a los pueblos olvidados de Europa a estudiar la estética de los árboles y su relación con un poema. Dicho amor platónico a veces desdeña de las investigaciones literarias porque hay cosas más importantes que suceden en el mundo mientras algunos nos encerramos horas en las bibliotecas comparando la gramática de libros antiguos. Pero en la sopa de letras no todo está dicho y hace unos días me invitó a enviar nuestro trabajo a un concurso para ganar la estancia en una isla del Índigo e investigar la estética de los troncos petrificados y su relación con la poesía de Quevedo.