miércoles, 7 de abril de 2010

Trámites institucionales

Existen dos maneras de ser publicado a la primera en una editorial nacional como Era o el FCE: una es escribir algo realmente bueno que impresione a los editores como para apostar por un desconocido; la otra es tener dinero y cierta fama, lo cual asegura la distribución y venta inmediata del libro. Como yo no he escrito una obra maestra y soy definitivamente pobre, hago mis pininos literarios con las becas para jóvenes creadores que concede el gobierno.

Escribo mi primer libro de cuentos y el estímulo económico sirve para comprar libros y asistir a talleres de formación, con el fin de entregar reportes de calidad. Uno puede leer varios libros que valgan la pena, tomar cursos con escritores y académicos, corregir los textos y empeñarse en hacer el trabajo lo mejor posible, pero habrá quienes piensen que estamos chupando la sangre y los recursos del gobierno. Para la tercera ministración, entregada hace más de mes (luego de dos de retraso), cometí el error de no cobrar a tiempo. En ventanilla rebotaron mi cheque porque la cuenta no tenía fondos, y ahí empezó el martirio de los trámites institucionales.

En una organización gubernamental, hay gente que se ocupa de todo: uno es el encargado del proyecto, otro tiene los cheques, otro más firma la liberación del recurso, el siguiente aprueba los documentos pertinentes y el último archiva el testimonio de la ministración. Para recoger el pago correspondiente fuera de las fechas convencionales y relativas, hay que acudir con cada uno de ellos y escuchar la negativa: “no hay dinero”, “no salió el recurso”, “el licenciado no está”, “el ingeniero acaba de salir”, “el contador está en junta”, “Chuchita fue a sacar copias”, “venga al rato”, “regrese en la tarde”, “nosotros le llamamos”, “para qué no cobra a tiempo”.

Es necesario respirar profundo después de las negativas y aceptar sus condiciones, o no habrá dinero para libros y talleres. Lo mismo existe gente amable que se preocupa por las actividades de los becarios y la entrega puntual del recurso, como otros que nos ven por debajo del hombro y risa burlona del otro lado su escritorio. Personificaré el ejemplo con secretarias: en la tarde, mientras sopla el viento para mitigar un poco el calor infernal de la ciudad, una amable señora me ofrece silla para esperar cómodamente la negativa que ya imaginaba camino al Departamento de pagos a becarios. La tierna señora forra los cuadernos de su nieta mientras atiende con amabilidad el conmutador.

Lo contrario sucede en la mañana, llegando a los 40°C y con otra secretaria que me mira con desprecio, ofreciéndome un pedazo del escalón limpio por donde suben y bajan administrativos, porque la silla de espera está ocupada por su bolsa de mano. Al medio día, harta de mi presencia al no poder hojear su catálogo de zapatos a gusto, le dice en el idioma de la P a la chica de las fotocopias: espes tospos chapa mapa cospos, quepe sepe ponpon ganpan apa trapa bapa jarpar depe verper dadpad ypi depe jenpen depe hapa cerper lipi bripi tospos depe menpen tipi ripi taspas.

La mujer no perdió oportunidad de preguntarme si me dedicaba a algo de provecho: no, paso el día acostada en mi hamaca bebiendo cerveza y fumando mientras veo la tele, con lo de la beca me alcanza para darme esa vida y hacer mis cuentos un día antes de entregar el reporte. No lo hice, dije la verdad sobre los horarios de universidad, servicio social y trabajos donde gano lo justo para comer.

Por la tarde, la secretaria amable me enseñó dos puntadas nuevas por si quería tejer una bufanda y probé los brownies que hizo para la fiesta de su nieta; al medio día cierta mujer decía por teléfono en el idioma de la P que tenía que lidiar con una becaria desempleada que no pudo cobrar su cheque a tiempo. Mi libreta de gastos registró cuarenta y dos pasajes de camiones urbanos durante el tiempo que recibí las llamadas para ir por el recurso y obtener la amable negativa de la persona a la que le tocaba dármela.

Ahora ya tengo el pago que me corresponde, destinado a financiar el viaje del encuentro de jóvenes escritores e investigadores. Mi piel se ha obscurecido cuatro tonos o más, conozco mejor que nadie la escalera del Departamento de pagos a becarios y domino a la perfección el idioma de la P.

martes, 23 de marzo de 2010

Políticamente famosas

La televisión nos ha entregado las historias de amor más conmovedoras, melosas y dramáticas que podamos ver, ya que la mayoría de las personas prefiere el horario estelar de las telenovelas que las miles de palabra de un libro con igual o mucho mejor argumento.

Habrá señoras, adolescentes y niñas que lloren de felicidad cuando la protagonista (después de trescientos capítulos) se bese con el galán mientras aparece la palabra FIN, porque su amor ha vencido adversidades. Son hermosas y talentosas, se merecen la vida de princesas modernas a lado de hombres ricos, famosos y, con suerte, guapos.

Esas son las telenovelas, pero los medios de comunicación también siguen de cerca la vida de personas reales, otras mujeres a quienes les sucede exactamente lo mismo. Quizá lo nieguen, pero en el fondo saben que siempre desearon el reconocimiento de su país y el resto del mundo.


En el viejo continente

Recordemos cantidad de información y polémica que circuló cuando el heredero de la Corona española, Felipe de Borbón, decide casarse con la periodista Letizia Ortiz Rocasolano. No recuerdo algún medio de comunicación que no haya sacado provecho de dicha noticia, ya que ella no provenía de la realeza.

Muchas mujeres de todas las edades se sintieron identificadas con esa historia de amor, la plebeya llegó a convertirse en princesa en una boda que fue transmitida a todo el mundo y donde asistieron mandatarios de varios países. Letizia es una princesa del siglo XXI, no ostenta vestidos al estilo de Luis XVI, pero es una de las mujeres famosas mejor vestidas y una imagen recurrente en las revistas de sociales.

Si bien la esposa de Felipe de Borbón ya era famosa en España por su labor como periodista, el matrimonio del presidente francés Nicolás Sarkozy con la cantante y ex modelo Carla Bruni, también fue noticia en el globo terráqueo. La popularidad del mandatario se ha elevado considerablemente, sobre todo durante sus visitas a otros países, ya que la mirada de la concurrencia no se posa en él, sino en los movimientos de Bruni.

Sin embargo, tener a una esposa divorciada y que se dedicaba al modelaje puede ser algo riesgoso, la publicación de fotos íntimas y desnudos de la Primera Dama se dieron a conocer con el fin de afectar su imagen. La fama cuesta, y al matrimonio francés le resultó en un escándalo social, mundial y a fin de cuentas, de cotilleo.




De México para el mundo

Si de historias de amor se trata, un actual ejemplo es la relación del gobernador del Estado de México y la famosa actriz de televisión Angélica Rivera. A esta mujer la vi por primera vez en una telenovela durante 1995, llamada “La Dueña”. Como el título lo sugiere, la historia trataba de una mujer (maltratada por la vida y las traiciones), poseedora de una fortuna, tierras y dinero, que encuentra el amor en otro hacendado menos rico que ella.

El carácter recio de La Dueña y sus sentimientos hacia el galán hacen que el romance triunfe sobre la maldad. Quién diría que años más tarde sería la flamante novia y prometida del gobernador Enrique Peña Nieto, carta fuerte del PRI para ganar las elecciones presidenciales del 2012. No es que ella sea una plebeya y él un príncipe, lo cierto es que su historia de amor conmueve a las masas populares.

A las televidentes (votantes) que estuvieron de lado de Rivera cuando luchaba ante las adversidades de los villanos en las novelas del horario estelar les gustaría que ella, La dueña, La gaviota o Ángela sea la Primera dama de nuestro país, que haga obras de beneficencia y ayude a los pobres.

La hemos visto no sólo a través de nuestras pantallas, sino también promoviendo el voto y en los cierres de campaña de otros candidatos políticos. Es válido, al pueblo hay que darle lo que le gusta y es identificarse con una historia de amor. Para la protagonista de las telenovelas es justo cumplir su sueño de ser la esposa del Presidente de la República.

Claro, a él tampoco le perjudica la promoción que la imagen de Rivera aporte a su campaña porque sabe que ella tiene admiradoras (y admiradores, clubes de fans) que la apoyarán incondicionalmente, sobretodo después de la futura boda con Peña Nieto y las votaciones para ganar la entrada a Los Pinos.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Carta al joven escritor


Para J. Ordaz, por contarnos su tergiversada historia



Estimado Cosme:

Déjeme felicitarlo otra vez por sus maravillosos textos, no me he perdido uno sólo desde que los publica en esa importante revista virtual. Ah, también lo he seguido en los recientes blogs, el personal y los colectivos, y en el periódico donde colaboraba una vez al mes. Yo soy el que deja los comentarios chistosos y a veces sarcásticos. Creo que soy uno más de los hombres de mediana edad que navegan en Internet a horas de trabajo desde la oficina, donde dirijo una empresa de telecomunicaciones muy importante (perdón por no ser modesto).

Le confieso, señor Cosme, que cuando lo leo me imagino protagonista de sus historias: soy yo el que besa a la mujer más hermosa, quien sale victorioso de una pelea de cantina o el apostador más suertudo de la mesa. Me cuesta creer que todo le haya sucedido a usted, mi estimado, pero seguro habrá motivos para que así sea.



Hace seis meses estaban a punto de echarlo del departamento que renta, sinceramente es una pocilga. Lo supe por casualidad, señor Cosme, ese departamento me pertenece, lo mismo que muchos en diferentes colonias de la ciudad. Le dije al encargado que no lo echara a la calle, y entonces le dieron tres semanas para pagar lo acumulado. También pedí que omitieran el disgusto de algunos vecinos por las fiestas que usted organiza, donde corren el alcohol y las mujeres bellas (imagino que todas lo admiran por ser tan simpático, original y hasta cierto punto, atrevido).

El mes pasado, cuando fue vetado de la publicación mensual en el periódico, por destrozar con sus comentarios y calumnias respecto a drogas la vida de dos adolescentes (una de ellas es la hija menor de mi compadre), usted se fue a un bar, donde terminó en pleito con otro hombre. Cuando lo llevaron preso, yo impedí que lo golpearan en la cárcel. Se preguntará por qué, y es muy sencillo: me cae bien.

Cosme, usted es joven pero tampoco un adolescente. No debería escribir esas atrocidades de su ex esposa (que resulta ser mi sobrina, y con la que estuvo casado sólo por dos meses) porque podría meterse en serios problemas. Mientras yo vivía en Londres empecé a leer sus textos por petición de ella; me gustan, no he de negarlo, usted tiene encanto y gracia para hacer reír o reflexionar a alguien para quien el aburrimiento es una costumbre.

Frente a su departamento hay una camioneta verde con tres hombres, ellos lo cuidan para que ningún otro loco (que no sea yo) le haga daño. Recuerde que la Ciudad de México puede ser un lugar muy peligroso. Ah, no se preocupe por llamar a la policía, es inútil; mejor ocúpese en escribir y hacerme reír como siempre. No se asuste, querido Cosme, un hombre tan desvergonzado como usted, que evoca a mi sobrina cada vez que la misoginia se lo permite no debe tener miedo a alguien como yo, que sólo leo, analizo y decido la suerte de algunas personas.

Siempre dice que sueña con ganarse el Premio Herralde, el Alfaguara, Tusquets o cualquier otro que le dé mucho dinero y viajes por el mundo. Tranquilo, mi estimado Cosme, si se porta bien y sigue haciéndome reír tanto con su elocuencia (sin seguir metiendo a su ex esposa en esto) alguien importante le hará el favor de considerar sus textos. Yo le seguiré leyendo y comentando por Internet. Sé que le gusta mucho salir en pequeñas publicaciones y ser alabado por su club de fans (en el cual me incluyo), pues bien, eso es lo que hará el resto de su vida, joven escritor, aquí en la Ciudad de México o desde cualquier otro recoveco de la república.

Por favor, aproveche todos sus años de estudios de literatura (y lenguas), las charlas con importantes figuras de moda en las letras mexicanas, y uno que otro chisme en el ambiente bohemio.

Esperando seguir leyéndolo, le envío mis mejores deseos y un fuerte apretón de manos. Con afecto, su más grande admirador.


domingo, 31 de enero de 2010

Terceros en discordia



Para los novios que prefieren el joystick
Antes había declarado que mi relación con la tecnología no era buena; hoy lo reafirmo. A pesar del poco talento que poseo en el dominio de aparatos de alta fidelidad, no deja de sorprenderme que día a día salen al mercado versiones 2.0 de artículos que superan al anterior y desempeñan tareas extremadamente complejas o tan absurdas como para tener un infarto de la risa (como los excusados de oriente que pulen zapatos con el fin de ahorrar tiempo).

La semana pasada hablé con el público lector acerca del ocio y aquí se conjuntan los ingredientes para crear al titán que me interesa hoy: video juegos. Los que me conocen saben que mi capacidad en el área no va más allá del Tetris, Sonic o los mundos sencillos de Mario; pero hace un par de días me reencontré con uno que me hizo revivir la infancia de mediados de los 90´s: Street Fighter. Cuando conocí el juego, las fichas costaban cincuenta centavos (le decíamos quinientos, antes de cierta devaluación) y un par alcanzaban para algunas batallas callejeras antes de ser sorprendidos por el GAME OVER que exigía depositar otra ficha con ranuras o quedarse con las ganas de vencer al oponente. Incluso en las luchas entre niños durante la hora de salida en las primarias había quienes se nombraban Ryu o Ken.

La mente dispersa no me permitió volverme una adicta a la máquina como para quedarme con el cambio a la hora del mandado o perderme horas hasta que mi madre llegara furiosa a buscarme con regaños a la tienda (como sucedía con los vecinos de distintas edades y más tarde mi hermanito protagonizó dichas escenas) y dejé el Street Fighter para niños con mejor coordinación entre mente y dedos. Tampoco quise aprender artes marciales porque sabía que nunca iba a noquear a mi oponente con una patada voladora.

Eso hace más de una década y el ocio (tentación, pecado) no terminaba con mi mirada frente a una pantalla mientras los dedos apretaban botones y movían palancas: era más factible acabar leyendo una revista de cotilleo o contenido para mujeres “Cosmo” y darme cuenta que no siempre mienten. Muchos de sus artículos tratan de las relaciones de pareja: desde cómo conquistar, llevar un noviazgo, planes de boda, etc; hasta los motivos por los cuales una pareja de ensueño termina su idilio. Las escritoras “Cosmo” elaboran decálogos con el fin de procurar a sus lectoras una relación duradera y de calidad; entre sus sabias advertencias habrá una que concluya de esta manera: si regalas a tu pareja un video juego, prepárate para decir adiós.

Las infidelidades con otras mujeres siguen vigentes pero hay que tenerle un poco de miedo, respeto o desconfianza a las consolas de video juegos. El estrés es nuestro mal de nuevo siglo y un trabajador que está bajo presión desquita su coraje, cansancio y frustración frente a la pantalla con un disco de video juego, porque así equilibra la rara energía que circula en su cuerpo (comprobado científicamente, no sólo por las revistas de chisme). La pareja podría o no estar con otra mujer pero tiene el beneficio de la duda porque es cierto que pasará horas con sus amigos liberando el estrés con patadas ficticias de un experto en artes marciales o tratando de vencer a su oponente con un buen truco.

Si en un principio me reí de la preocupación de ciertas mujeres por estar al borde del divorcio gracias a la discordia generada por consolas (llámese Xbox, Wii o Play Station) ahora las comprendo porque me sedujo el lado oscuro y sucumbí ante las tentaciones de lanzar patadas voladoras y poderes a través del cuerpo de algún karateka famoso. En vida real no puedo noquear a quienes me sacan de quicio (incluyendo a la burocracia de la cual dependo con una beca que me da dolores de cabeza) pero podría fingir un poco que a través de Ryu extermino a cada uno de los que me han hecho mala cara.

Lo siento, feministas, ya habrá otro modo de cuidar sus relaciones y las apoyaré con el corazón porque estoy pensando seriamente en utilizar el aguilando que aún no me han dado en una consola de video juegos y así tener al sexo masculino de mi parte. El viejo refrán que dice “si no puedes contra tu enemigo, únetele” no se ha equivocado.

martes, 8 de diciembre de 2009

La ciudad de los libros




Era igual que una niña pobre en Disneylandia, maldiciendo mi mala suerte por no haberme ganado el Melate y desquitar el dinero en compras, tenía que conformarme con el bajo presupuesto del que disponía. Había estado esperando ir a La Feria Internacional del Libro de Guadalajara desde hacía mucho tiempo, porque Campeche queda tan distante y valía la pena aprovechar la oportunidad de vivir en Xalapa para viajar sólo once o doce horas; entumirse la mitad del cuerpo tendría una recompensa casi inmediata.



Y llegué, en un viaje por carretera planeado con los amigos, oyendo grupos tapatíos para entrar en ambiente y que después, cuando volviera escuchar esas canciones, podría recordar que fueron el soundtrack de la travesía. Había que hacer el itinerario mentalmente y escoger entre dos o más presentaciones para ir a la mesa donde estuviera el escritor que más nos gustara o el tema que satisficiera nuestro morbo literario. La constante: poesía o narrativa. Rechacé el Olimpo poético para deambular en las calles y avenidas de los narradores.


Ahí encontraría a los escritores norteños y chilangos que conocía, de los que me enorgullecía decir que habíamos compartido la cena en tertulias ofrecidas por el azar, las tesis, congresos, talleres y encuentros literarios; la sorpresa fue que, amablemente, algunos de ellos me recordaron y preguntaron cómo iban mis cuentos, el trabajo de investigación y los compañeros. Sin deseos de mentir y para no arruinar las expectativas, sería cortés de mi parte decir que todo marchaba de maravilla, omitir mis crisis existenciales y las enormes ganas que me daban de abandonar la literatura para dedicar mi vida a otra cosa.


Choqué con una joven mujer mentirosa, enloquecida por los libros, le cedí el paso y mi lugar en la fila del baño, pensando que sería difícil maniobrar con ese carrito de compras para minusválidos, de los que se usan en los supermercados. Luego de darme una sonrisa de agradecimiento, se bajó de él para quitarle una basura a las llantas eléctricas y seguir su camino hacia el baño, donde entraría por su propio pie, dejando decenas de ejemplares de no sé qué tantas editoriales al cuidado de la guardia. Lo mismo le sucedería a mi amigo Eduardo cuando evitó chocar contra una señora con carreola y la curiosidad de saber cómo era el niño lo llevó a echar un ojo al interior de la carreola y saber que ese montón de libros no conformaban el cuerpo de ningún infante.


Ante los desencantos que provocan los trucos de algunos bibliófilos, es mejor entregarse a las delicias de la ciudad de los libros, tratar de reconocer a los escritores que uno se topa en los pasillos y notar las diferencias entre su imagen real y la de las solapas de los libros, porque el Photoshop no respeta y si no, que lo diga la afamada, y sobrevalorada, Gaby Vargas, que a su desconocida edad sigue usando la misma fotografía de sus años más joviales.



Algunos prefieren fotografiarse junto a las hermosas edecanes y modelos tapatías, que embellecen la feria y portan lemas para incentivar a los lectores, como que “Leer es sexy”; o posar a lado de los chicos maquillados de vampiros junto a los stands de los libros más vendidos de un par de años para acá. Lo curioso es toparse con la legión de Dráculas en el área de fumadores una vez que cumplieron sus horas de trabajo y saber que no pertenecen a ninguna agencia de animadores, sino a clubes de emos, siempre serios y tristes.


Dios siempre aplica su divina justicia y mi castigo por maldecir a la industria editorial fue caer enferma durante el recorrido y las compras en la feria, casi al punto del delirio. El estómago me provocaba intenso dolor, calosfríos y mareos, producto de comer antojitos tapatíos en exceso. Lo más vergonzoso fue ser atendida por doctoras y médicos más bellos que los de las series de televisión, y que un par de ellos se encargaran de mis aturdimientos de enferma. Un coctel de pastillas y un par de ampolletas me ayudarían a librar el mal momento y salir de los servicios médicos cuando terminara la conferencia por la que había viajado toda la noche.


De nuevo, la justicia se compadeció de mis desdichas. Mientras maldecía mi mala suerte, me topé con él, sin su cuerpo de seguridad conformado por una docena de enormes guardaespaldas; mi hombro chocó con el Premio Nobel de la Literatura del 2006 (invitado de honor en la feria) y mi humilde persona se llevó las disculpas en inglés del afamado escritor turco.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Fuera de lugar




Antes había sentenciado que el mexicano tiene fe: espera un milagro cada vez que elige presidente y cuando hay mundial de futbol. Yo no me incluyo en la espera de ninguno de los dos, a mi veintena de años escarmenté con algunas ilusiones; pero es divertido y me uno a la euforia de la época mundialista, ya que es agradable ver el partido con los amigos y los charritos con chile (botana campechana, por si usted, estimado lector, es de otro estado o país) después de escapar de clases o el trabajo.



Mi estrategia es:

A algunos les ha tocado ver partidos buenos pero a la mayoría, los malos. No sólo hay que lidiar con la decepción de mirar a once hombres representando un país y perdiendo ante el mejor, sino escuchar las alineaciones platónicas de amigos, compañeros de mesa, el barrista o hasta el chofer del camión (cuando se escucha el partido en la radio camino a cualquier destino). Los directores técnicos nunca serán lo suficientemente buenos, sobre todo si alardean largo tiempo y llevan a la selección a pique. Yo le sugeriría a alguno de ellos usar en secreto la estrategia de cualquier aficionado de domingo, a lo mejor pasa el milagrito y los espectadores no repetirán el eterno: jugamos como nunca y perdimos como siempre.



Mexicano de corazón:

¿Cómo no va a ser divertido el turismo futbolero? En televisión nos muestran la imagen del aficionado con camisa verde y el número de Cuauhtemoc Blanco en la espalda (como un mero símbolo, hay variedad de gustos) festejando que está en las ciudades mundialistas de Corea, Alemania y próximamente Sudáfrica, acompañando y apoyando a su selección, en la cual tiene puestas todas sus esperanzas y hasta los santos. El mundial pasado vi en un programa deportivo algunas de las entrevistas que hacen a los mexicanos que viajan para ver a la selección y me conmovió un mecánico que ahorró nueve años para pagar su viaje. Otro que llegó a mi corazón fue un padre de familia que disfrutaba de lo lindo su estancia (cervezas en ambas manos) porque la hija “le donó” el dinero de sus quince años. No paré de reír en un rato por la maldad del padre pero luego imaginé tristemente la cara de la quinceañera cuando le avisaron que no tendría vals ni vestido pero haría feliz a un futbolero de corazón.



No me preguntes, bebé:

He aprendido que si una mujer no aficionada quiere llevar la fiesta en paz con los amigos, novio, esposo o familiares a la hora del fut, debe evitar preguntar o que le expliquen un fuera de lugar. Si alguien amablemente expone qué es o cómo se manifiesta, primero lo hará entendible hasta más no poder pero seguramente no será comprendido y ahí viene otra pregunta: ¿Qué es el área chica y/o el área grande? De nuevo el amable futbolero tratará de ser breve y conciso para no perder valiosos minutos de partido pero vendrá una más y luego otra y la siguiente: ¿Ese es fuera de lugar? ¿Por qué no le saca tarjeta? ¿Cuándo va a hacerle penal? Ya fastidiado, responderá rápidamente para que no le pregunten más y en el momento que voltee la vista para saber si fue entendido, vendrá el gol que definirá la clasificación. El destino es cruel porque todos ven el partido en un extraño canal de paga, donde no repiten tomas ni jugadas y se conformará con saber, por boca de sus cuates, cómo fue o con ver la repetición en el resumen deportivo. No se ofendan, amigas, novias o parientes de futboleros, cuando alguien amablemente les pida que se queden calladas, como en un par de ocasiones me han hecho en partidos decisivos.



Tras bambalinas:

México gana el sábado y desaparece Luz y Fuerza del Centro. Mientras unos festejan en el Ángel de la Independencia y vitorean al “Son de la Negra” con la camisa de la selección y cerveza en mano, desaparece una dependencia gubernamental. Un golazo para los mexicanos. Otra convenientemente casual cortina de humo. Estamos en época de crisis y el mundial ya se acerca. No quiero sonar pesimista, pero si ocurriera uno de los dos milagros citados, y nuestra selección ganara la copa (es una suposición, no se hagan esperanzas, ni tantito) no me extrañaría que en ese momento aprobaran un impuesto por tener hijos y el doble de IVA para comprar alcohol (imprescindible en las victorias futboleras) o que privatizaran la educación; pero no me hagan caso con mis malas vibras, yo igualmente quiero que ya sea junio, para ver qué destino le espera a selección y cómo la pobreza nos va comiendo las patas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Jungla de vanidad


A Laura León de Plaza Américas


La vida de estudiante becada me ha orillado a la austeridad. Antes declaré que uno de mis pecados favoritos es la vanidad, lo sigue siendo aunque no lo ponga en práctica muy seguido. Ahora se trata de andar en bajo perfil y pasar inadvertida, con un atuendo que se repite más de una vez por semana tipo personaje de caricatura (lo que me hace recordar una escena en los Simpson del armario de Bart, repleto de shorts azules y playeras rojas).


Hace unas semanas me preparaba para asistir a la presentación de equis libro por parte de Marcelo Uribe. Había preparado mentalmente un par de preguntas porque me interesaba saber cómo funcionaban ciertas cosas en la editorial Era. La suerte se puso en mi contra una vez más, dejando que el cielo escupiera tremenda lluvia. Quedé atrapada en el transporte urbano (combi) y di por perdida la presentación de Uribe, así que continué la ruta dos. Me bajaría hasta que lo hicieran todos los pasajeros.


Plaza Américas, tan limpia y concurrida como suele ser los sábados por la tarde. Me limpié las botas antes de entrar al edificio y así reducir las miradas de desaprobación de los custodios. Un poco triste para mí caminar sola en una plaza si podía estar plácidamente en la conferencia, escuchando las anécdotas de un editor o caminando por los estantes de libros con la disyuntiva de escoger unos cuantos ajustándome al presupuesto estudiantil. Frente a la entrada de Cinépolis imaginaba si alguien había formulado mis preguntas o si Uribe tendría un futuro regreso.


El plan era beber un café y regresar a casa para ver las películas del único canal que mi televisión portátil transmite. La cafetería favorita estaba repleta de gente, maldije a las parejas de los sábados y en medio de las maldiciones mi mirada se posó en un maniquí. El vestido negro perfecto vestía las imperceptibles curvas de la muñeca, junto al favor de los reflectores y un par de zapatillas. Mis pies avanzaron autómatas, di las buenas tardes y pedí uno en talla pequeña, nada más por la curiosidad de saber cómo se me veía. Igual de autómata cambié el presupuesto de algunos libros por ese metro de tela (si acaso llegaba a tal cantidad) del que quedé enamorada a pesar de haber renegado (en cierta ocasión) de la frivolidad del resto de las mujeres.


A lado del baño de damas estaba el letrero que a cualquiera que lee revistas de cotilleo y moda hacer perder la cordura: 50% de descuento en ropa de verano. Cuando alguien dice que sólo va a ver ropa en una oferta de ese tipo, es una bárbara mentira puesto que, acto seguido, pelea con las demás compradoras por la única blusa de su talla o lanza miradas feroces a la que ose tomar las de la selección personal. “Para cuando haga falta”, pensé al arrebatar el último traje de baño de mi talla, a sabiendas que estamos entrando a invierno. Quizá la señora (digamos, unos cuarenta años y la cara de Laura León) pensó lo mismo cuando me quitó una minifalda y se burló de mi lentitud.


En algún lugar leí (probablemente lo vi en una película) que dejarle una tarjeta con la cuenta de ahorros a una mujer en los centros comerciales era peligroso, como lo es dársela a un estudiante de Letras en la Feria del libro. Yo cambié a Marcelo Uribe y la feria por una jungla del pecado, donde la más rápida es quien da el tarjetazo y se lleva las bolsas con ropa de liquidación. Más tarde, cuando por fin bebo el café que propició mi entrada al centro comercial, miro a un par de ellas caminar triunfales, casi flotando de orgullo, aunque les cueste trabajo cargar la obscena cantidad de bolsas que llevan impresas en ellas los nombres de muchas tiendas. Mi segundo encuentro con la doble de Laura León no fue muy decoroso para su persona: sin afán de burlarme le di la cartera que dejó caer, mientras el encargado de una famosa tienda con nombre de ciudad del Reino Unido la acusaba de dar un cheque falso. La minifalda también fue confiscada y devuelta a su sitio.


Recuerdo que una vez gasté mi dinero de la semana en unos zapatos que no necesitaba y me quedaban grandes. La respuesta de mamá fue: a ver si contemplándolos o con el forro sintético se te quita el hambre cuando debas salir a almorzar. Ya viene fin de mes. ¿Qué descuento podrá hacerme la dueña del departamento en la renta si le ofrezco un vestido, un traje de baño azul y tres blusas?