
Niños dormilones
Ahora está de moda llamar “generación X” a los que vivimos en los noventas, viendo caricaturas japonesas, a Chabelo los domingos y jugábamos en la calle. Los Simpson me han acompañado dos décadas y a partir de la programación televisiva puedo sacar la contabilidad de mis horas de sueño. Antes de los nueve años me iba a la cama a las ocho y media, después del capítulo de la familia amarilla; despertaba a las siete y eso me da diez horas durmiendo. Como toda niña sana, comía verduras, corría durante el día y me iba temprano a descansar porque la “generación x” no tenía X Box pero con cincuenta centavos podía hacer un buen juego del Street Fighter por las mañanas. Leí en una revista de maternidad que si los niños duermen lo suficiente y están activos en el día, crecen sanos y se enferman poco. Dichas publicaciones no siempre tienen la razón, tengo una estatura media y fui enfermiza. Le echo la culpa a la genética.
Mala digestión
Hace unos días una madre regañaba a su obeso hijo a la salida del Burger King, el motivo fue que el angelito se comió dos hamburguesas gigantes. La mujer le dijo que iba a tener pesadillas por la mala digestión y cuando se despertara de madrugada llorando por miedo a Freddy Kruger, no le daría leche caliente con miel para conciliar el sueño. Mi caso es diferente, las pesadillas se me dan solas y sin permiso aunque cene una ensalada de lechuga o complazca los antojos con comida grasosa. Pero a falta de leche con miel tengo que recurrir a la vieja fórmula heredada de mi madre: “persígnate tres veces, reza un Ave María y dormirás como un oso a menos que no sea una pesadilla o un juego de sombras y en realidad haya entrado un ladrón a tu departamento por aquella horrible costumbre de no poner el seguro y las cadenas a la puerta”.
Más bizarro que el propio sarro
No soy profeta y doy gracias a todos mis santos por no serlo pero me ha sucedido que acierto en algunos aspectos de la vida cotidiana. Un par de ocasiones presagié (si así se le puede llamar) la muerte de personas cercanas y fue una experiencia horrible. Ojalá no sueñe con terremotos y desastres naturales porque no quiero secuestrar el transporte público y privado. El arte adivinatorio se manifiesta cuando no me interesa invocarlo, como hace un par de semanas cuando soñé que nos gobernaban los comediantes de un programa guapachoso. En mi sueño uno de ellos era un moderno mecenas que se paseaba por toda la ciudad en un camión decorado de peluche y propaganda cervecera, con dos curvilíneas bailarinas moviéndose al ritmo de una cumbia. Mis sueños no están muy alejados de la realidad.
La ciencia del sueño
Me he desvelado más de lo que mi ocioso cuerpo puede soportar. De nueva cuenta hace su aparición en mi vida un capítulo de los Simpson, cuando Homero trabaja horas extra y necesita dormir. Para él su auto era una cama y todo a su alrededor lo incitaba a caer en brazos de Morfeo. En lo personal, prefiero dejar de lado los libros que necesito estudiar aunque al día siguiente tenga un examen importante porque no dormir es peor que pasar hambre. Esta semana tomaba clase de adquisición paradigmática de lenguas nórdicas. Recreaba la escena de Homero desde mi asiento cuando el sonido seco del borrador sobre el escritorio me despertó; el profesor alemán me miraba con cara de pocos amigos.
-Señorita, haga el favor de prestar atención. Mi materia es una ciencia y aquí vamos a analizar los paradigmas de las lenguas nórdicas, no el cabeceo de los dormilones.
Claro, la lengua se estudia como una ciencia pero no dormir a mis horas por exceso de trabajo me transportará a otra ciencia más compleja que es ver capítulos viejos de un personaje amarillo acostumbrado a comer y dormir y relacionarlo con mi vida pasada antes de ser internada a punto de infarto o embolia.