lunes, 6 de abril de 2009

Arrepiéntete de tus pecados


Cuando era pequeña iba todos los sábados a la doctrina, seguí yendo hasta después de hacer la primera comunión; a los ocho años ayudaba a las catequistas a instruir niños para ingresar al rebaño del Señor. La casa de las monjas era como un rancho de artista a la orilla de una de las playas más famosas de la costa veracruzana, los jardines idílicos de cualquier niño inocente.
Recibía la hostia en la misa con una fe intachable, recogía la limosna con vestido dominguero y rezaba el rosario casi todos los días; por las noches leía la biblia antes de dormir.
Ahora mis creencias han cambiado mucho a causa de la rebeldía camaleónica que transformó mi vida. Sigo yendo a misa cuando me contratan para tocar violín aunque mi familia dice que por interés eso no cuenta pero me defiendo argumentando que tengo un modo particular de seguir mi fe.
-Ya perdiste en cielo, Lauri- dijo mi tía Rosaura- quizás no te vayas al infierno porque no eres mala, pero seguro te quedas en el purgatorio. Mejor arrepiéntete de tus pecados.
Reí de mi tía a sus espaldas pero comprendí que metiéndome miedo sobre el destino de mi alma intentaba guiarme por el buen camino de la religiosidad que abandoné hace algunos años.
De niña el cielo, el infierno y el purgatorio producían en mí todo tipo de emociones cuando las monjas los mencionaban con sus castas bocas. Llegué a casa con los ojos inyectados de emoción cuando una de ellas dijo que Jesús me recibiría con los brazos abiertos por ser una niña tan buena y rezar así de bien el rosario.
Hoy puedo hacer mi clasificación de las tres celdas del alma de acuerdo a cómo los imaginaba de pequeña y cómo me los figuro ahora.
El cielo: a los seis años era el rancho de las monjas en época de calor para correr por la orilla de la playa cazando cangrejitos. Habría una capilla especial donde podría rezar por las noches y cuartos muy grandes para mí, las religiosas que fabricaban dulces y toda la familia; tendría una vasta colección de rompecabezas de todas las ciudades del mundo y una televisión gigante para ver las películas de Disney que habían salido hasta ese momento. Década y media después mi cielo es una cabaña cerca del mar para compartir con quien yo quiera, una privilegiada colección de vinos, cocina italiana infinita y la biblioteca más grande que pueda imaginar.
El purgatorio: no es una idealización de lo hermoso, sino la resignación de aquello que me sucede (o sucedió) sin poder hacer más que aguantarme. Cuando estudiaba en primero de primaria me sacaron incontables veces del salón por perjudicar a mis compañeros. Algunos no sabían leer, yo ya y los distraía al terminar la lección de mi libro de texto antes que el resto. La eterna espera para regresar al salón la pasaba a lado de las tablas de multiplicar; de ahí mi aberración por los números. Ahora el purgatorio significa los trámites de cualquier tipo: banco, escuela, trabajo, filas interminables a las que difícilmente llegará algún dependiente a redimir horas de espera resignada.
El infierno: en 1992 vi por primera vez el video musical más terrorífico hasta ese momento para mí. Fue el mismo año en que nació mi hermanito, pensé que si sus ojitos de bebé lo veían y captaban el terror, querría meterse de nuevo a la barriga de mamá. “¿Te imaginas, Lau? Así debe ser el infierno, igualito” dijo mi hermana Nicté, que casi tiene la misma edad que yo. No pude dormir varias noches, veía en mi mente las filas de hombres andando lúgubres y cabizbajos en lo que parecía una fábrica. Una vez soñé que le mentía a mamá y Dios me castigaba formando parte de esas filas mientras Ana Torroja cantaba que el siete de septiembre era su aniversario.
Aún veo el video y me causa cierto miedo vergonzoso. Hoy simplifico el infierno en aquello que odio pero por no arrepentirme a tiempo de mis pecados tendré que sufrir en vida gracias a mi mala suerte: los camiones urbanos en época de calor. Detesto el calor con todas mis fuerzas y vivo en uno de los estados más calurosos del país, donde debo tomar dos urbanos para llegar a clases a las tres de la tarde. Sólo me queda vivir odiando mi averno con una que otra maldición resignada mientras no hay un auto que pronto y gustoso me ahorre sufrir el calor infernal.

1 comentario:

  1. ¡¡¡Queremos a Lino Goytia!!! ¿¿Por qué no ha aparecido??

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