martes, 4 de agosto de 2009

Artistas independientes A.C.


El viernes salí corriendo de misa en la noche para alcanzar un concierto de la Orquesta de Cámara en mi natal Campeche. Hay un dicho popular que afirma: las mejores cosas de la vida son gratis, y no lo dudo, este concierto bien preparado lo era. Llegué tarde sólo para alcanzar la salida de los primeros músicos del recinto y, en el mejor de los casos, ver a un par en el escenario desarmando atriles. Alguien abandonó el programa de la noche en una butaca, le eché una mirada rápida antes de acercarme a los compañeros que recibían halagos por el concierto.

-Fue una interpretación bellísima de Mozart- afirmé a uno de ellos con la sonrisa que uso para estos casos- Y tu solo ni qué decir, se nota que trabajaste mucho para lograrlo. Felicidades.

-Gracias por venir, Laura. Qué bueno que te gustó- respondió este con la sinceridad y agradecimiento que a veces duele notar.

Cerca de nosotros estaba mi amigo Eduardo felicitando a un violinista por lucirse esa noche. Suspiré de alivio; al menos uno de nosotros había escuchado el concierto y sabía apreciar el esfuerzo y profesionalismo de los músicos campechanos.

-Yo también llegué tarde, alcancé de chiripa la última pieza- me contó Eduardo aparte en voz baja mientras saludaba con la mano al bajista- Quedé de venir a oírlos y aquí estoy, con un ligero retraso.

-Hermoso, de verdad hermoso- dijimos casi a coro cuando aparecían dos violinistas amigos míos. Los abracé y me despedí para no hablar de más y evidenciar mi total retardo.

Sonriendo a uno y otro intérprete y agradeciéndoles una noche mágica, salimos del teatro. Para compensar con nosotros mismos el fracaso personal de la noche fuimos a cenar a los arcos de San Martin.

-Esa canción me gusta- dije cuando el trovador que tocaba unas mesas más adelante terminaba la última estrofa de Coincidir- me recuerda cuando era pequeña. En el kínder las maestras la ponían a la hora del recreo.

El trovador cantó Penélope y al terminar pasó entre las mesas, donde le sonreían mujeres maduras en su mayoría como gesto de agradecimiento; sólo un par pagaron por sus servicios.
Llegó a la nuestra y le di unas monedas, a lo que él contestó con una sonrisa, mostrando ventanas abiertas y coronas viejas.

Eduardo y yo platicamos de libros que estábamos leyendo, recomendaciones literarias y anécdotas de nuestros respectivos trabajos mientras el mesero aparecía con la cena. Di gracias a Dios por mis alimentos, los minutos de arte histriónico saludando concertistas me habían despertado un hambre casi animal.

-Deben estar practicando- dijo Eduardo viendo hacia el parque- siempre se ponen ahí, y eso que está obscuro.

Unos malabaristas jugaban con fuego, después de hacer su rutina lo apagaban como sólo Dios y los dragones saben. No sé cómo no se prendieron las faldas largas y sus melenas alborotadas al pasarse las antorchas por todos los recovecos del cuerpo. Por las facciones supusimos que eran hippies mochileros o quizás extranjeros que encontraron en Campeche la quietud que necesitaban para vivir plenamente de sus malabares.

Comía mi primer tamal cuando se paró a mi lado una hippie con la cara media chamuscada:

-Buenas noches, somos artistas independientes y les ofrecimos un poco de nuestro talento al manejar el fuego. Si gusta cooperar, se le agradece. Sólo vivimos de esto.

Con tal de comerme el tamal le di cinco pesos a la hippie, que terminó su discurso y mostró una sonrisa pulcra y perfecta que envidié en el momento. En parte, afloró en mí la admiración por el trabajo que desempeñaba, quizás porque una de mis fobias es morir chamuscada en un incendio.

Eduardo y yo seguíamos con hambre, volvimos a ordenar y mientras nos servían le conté algunas historias curiosas de gente que seguro conocía y valía la pena que alguien- o sea, yo- escribiera en algún momento cambiando unos cuantos nombres. La charla se interrumpió, no porque hubiesen llegado los panuchos, sino por el par de apuestos jóvenes que se pararon en la mesa de a lado. Ambos tenían el porte europeo con rasgos varoniles y gallardos, los asocié con la realeza que fotografían en las revistas favoritas de mamá. Pero su cuerpo no era lánguido, sino todo lo contrario, la ropa dejaba notar formas estéticas como de bailarín de salsa puertorriqueño; y el tipo de rostro angelical que sólo puedo admirar en el cine y la televisión. Estaban perfectamente esculpidos por una admiradora de la belleza. Ese par absorbió toda mi atención. No vi en qué momento pusieron junto a ellos unas percusiones y luego empezaron a cantar alabanzas, uno con el tambor y otro con las maracas.

-Buenas noches, somos artistas independientes y les ofrecemos algo de alegría esta noche- anunció una simpática muchachita que los acompañaba- Viajamos por todo el país dando fe y amor a nuestros semejantes. Si gusta cooperar… gracias.

La moneda de cinco pesos cayó al fondo de la lata, lo pude escuchar porque mi mirada estaba centrada en el par de angelicales músicos. Yo no era la única abobaba viendo tal espectáculo, las mismas señoras que sonrieron al trovador no le quitaban los ojos de encima a la gallardía de los muchachos. Al otro lado del parque la chica traga fuego los miraba con los ojos bien abiertos y le decía algo a sus compañeros, a lo mejor a ella también le gustó la armonía de sus cuerpos perfectos.

Antes me molestaba cuando los hombres quedaban anonadados viendo a una mujer que calificaban de perfecta, pero ya lo entendía viendo a los músicos moverse al ritmo de sus percusiones sin privarme de la sonrisa que imprimieron en su rostro mientras daban gracias a Dios por la salud con una pegajosa tonada. Cuando ellos terminaron de tocar y nosotros los antojitos, emprendimos la retirada de la famosa cenaduría. Quise sacar otra moneda de cinco pesos de mi bolsa para pagar el urbano pero no encontré ninguna.

-Déjalo, te invito el pasaje- dijo Eduardo- ya le invitaste a los artistas independientes esta noche.

Mientras el autobús abandonaba la cuadra, vi cómo se le iba encima la chica traga fuego a uno de los angelicales percusionistas religiosos y gritaba algo así como derecho de suelo pero quizá el demonio se apoderó de ella porque apenas le entendía a los chillidos. Sólo pude ver cómo se distorsionaba el rostro angelical del maraquero cuando ella trataba de arañarlo y el del tambor le pedía en nombre del Señor que lo dejara en paz.


***

El sábado me levanté temprano para buscar el periódico al mercado. Cerca de mi casa hay una iglesia donde todas las mañanas sabatinas se amontonan los niños del catecismo con sus madres.
Casi no paso por ahí pero mis oídos captaron un ritmo sincopado muy pegajoso, los pies me llevaron hasta el epicentro y los vi: los percusionistas angelicales tocando ante los feligreses una de sus alabanzas. El más bello de los dos tenía la cara arañada pero aún así sus facciones perfectas relucían esa cálida mañana. Por suerte tenía los cinco pesos del periódico en la bolsa del pantalón.

9 comentarios:

  1. Laura:

    Solo una vez en mi vida quise ser tragafuegos, y fue porque el papá de un amigo me compró mi traje de Gene Simmons. No salí a las calles a pedir dinero, pero en el primer intento incendié el cabello de Peter Criss, que en realidad se llamaba Pedro González
    Un abrazo

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  2. Wow laura, tu relato me hizo reir mucho, pobres musicos de rostros angelicales, ¿porque aquella chiquilla endemoniada araño a uno de ellos? esa es la unica duda que asalta mi mente...

    La onda de los tragafuegos me agrada mucho, mi mayor miedo es morir atropellada asi que igual los admiro, no se si en Campeche pase eso, pero los artistas tragafuego aqui en tuxtla trabajan en las calles...



    aiosin...

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  3. Luis Daniel: una vez de niña quise huir con los del circo para hacer actos de malabarismo. Gracias a la cordura de mi madre eso no sucedió. Un saludo!


    Iris: hay una cosa llamada "derecho de piso" que prohibe ganarse la lana que otros pudieron ganar. Un saludo y es un placer conocerte.

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  4. Conclucion, vende tus cronopios en los restaurantes a ver ke tal te va..

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  5. Campeche! no me imagino lo que me pueda ofrecer dicho estado la verdad es que es la segunda ocacion que he tenido la oportunidad de leer tus cronopios pero da la casualidad que estos son tan acertados en diferentes aspectos en esta ocacion logre captar una forma femenina en la que las mujeres se encuentran en transe al ver a un hombre con "rostro angelical" y su opinion en la que nosostros lo varones lo hacemos con una femina, el titulo "artistas independientes" me llamo mucho la atencion, por que he leido otras columnas pero ninguna tan singular como las tuyas. Ojala y tenga mas oportunidades de leer con mas frecuencia tus cronopios. Por cierto me aterraria morir por amor o tu que opinas. saludos y mis mejores deseos...
    atte. un lector mas

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  6. Al anónimo: es un buen lugar para vivir y sería mejor sin tanto calor. A veces a las mujeres también les agrada ver rostros angelicales y cuerpos perfectos moverse al ritmo del tumbao.

    Gracias por la lectura y ojalá pasees más por este blog.

    Saludos y sí, a nadie le gustaría morir de amor.

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  7. Definitivamente, ya no se puede cenar barato en ningún lado, porque si vas (como intentamos aquella vez) a un restaurante económico, resulta que entre las propinas al mesero, a los tragafuegos, a los trovadores (nos tocaron dos!!!) y a los cantantes cristianos, la cuenta se eleva tanto que mejor conviene cenar en un sitio caro.

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  8. lo mejör del Cronopio.. la evocación de "Coincidir"... y esto va para ti..

    Y hoy coincide que también tu estás aqui..coincidencias tan extrañas .... tantos siglos, tantos mundos , tanto espacio... y coincidir..**....

    La mejor coincidencia de mi vida... MemÖ y vÖs.... .... me gustó la descripción del prototipo.

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  9. Eduardo: claro que nos salió cara esa cena pero los prototipos valieron la pena.

    Alanis: y coincidir. Te quiero.

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