lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuestión de ocio


A Irving


No sé si bendecirlo u odiarlo, prefiero quedarme en la periferia. El tiempo libre es el que me lleva a gastar tardes frente a la televisión viendo programas que no me dejan otra cosa que ganas de vivir la vida de alguien más o robar unas cuantas características para hacer la mía más interesante, o al menos divertirme de reacciones ajenas. Pero he aprendido a sobrellevar el tedio, después de todo, siempre habrá alguien peor que una.


Trabajo es trabajo:

Me gusta ir en orden cronológico, y qué mejor que empezar por el primero: Adán (espero no herir susceptibilidades, sólo es una suposición burda). Si Dios le regaló una estancia en el Paraíso, como su creador y jefe, era coherente que le disgustara tenerlo como un hijo ocioso y le dio la tarea de poner nombre a cada animal que jugueteara por el Edén. Pero no fue tan malo, no existían los viáticos ni carreteras con las que un burócrata tiene que lidiar. La cómoda vida terminaría en una jornada de trabajo condicionado, pero la recompensa sería igual de buena o mala con la llegada de su femenina pareja porque dos ociosos siempre son mejor que uno.


Premio de premios:

Los concursos no son lo mío pero disfruto verlos, la competitividad entre terceros es muy interesante. Quizá lo más halagador para el competidor sea el reconocimiento como el mejor de su ramo y que esto quede documentado para la humanidad; supongo que esa es la intención del Récord Guinness. El ocio ha traspasado las fronteras de la imaginación y ahora no hay aventura coherente que el hombre no sea capaz de cumplir. En los registros del Guinness ya están los nombres de aquellos que hacen malabares con sierras eléctricas encendidas o pasan infinidad de vueltas en la montaña rusa. Yo pensé que había visto lo suficiente en canales de televisión de paga pero me equivoqué (como suele suceder) porque esta semana Guinness registró a los ganadores de la carrera de bebés montando perros (parece mentira pero es real) y la medalla se la llevó una niña china menor de dos años.


Relaciones públicas:

Cuando el Internet hizo aparición en mi vida, no lo utilizaba para tareas porque tenía Encarta (algunos lo recuerdan) y aprovechaba mi hora diaria permitida en un ciber para conocer gente de los rincones de América donde se hablara español. La misión colectiva era conseguir el correo de un representante de cada país (como en los concursos de belleza) que no pasara de los quince años y fuese aficionado de Caballeros del Zodiaco. Cuando se reunía tal cóctel cultural el siguiente paso era citarlos a todos en una sala privada del chat y tratar de hablar simultáneamente en mi papel de enamorada hasta que se dieran cuenta que mi pasión virtual no le pertenecía a nadie. Como toda una dama de secundaria, me retiraba para dejar a los gentilhombres discutir asuntos de adolescentes y minutos después admirar mi creación: la unificación de una bola de chamacos concentrados en Caballeros del Zodiaco. Ahora considero que mi ocio me ha forjado el talento para relacionar personas y puede serle útil a alguna organización mundial de países en conflicto. Sólo se necesita ser descubierta.


Sopa de letras:

La carrera de literatura no sólo se trata de leer horas hasta que los músculos corporales pierdan gracia pero hay un poco de verdad en ello. Los congresos son frecuentes y agradezco el gesto de los viajeros con ponencias y su disposición de cruzar mares, océanos y continentes para leer investigaciones de detalles literarios que a veces paso por alto pero a la hora de oírlos en una conferencia magistral me dejan boquiabierta. Un joven escritor (del cual estoy platónicamente enamorada) afirma que se trata del ocio más grande pero divertido porque uno de sus maestros se fue a los pueblos olvidados de Europa a estudiar la estética de los árboles y su relación con un poema. Dicho amor platónico a veces desdeña de las investigaciones literarias porque hay cosas más importantes que suceden en el mundo mientras algunos nos encerramos horas en las bibliotecas comparando la gramática de libros antiguos. Pero en la sopa de letras no todo está dicho y hace unos días me invitó a enviar nuestro trabajo a un concurso para ganar la estancia en una isla del Índigo e investigar la estética de los troncos petrificados y su relación con la poesía de Quevedo.

6 comentarios:

  1. Estimada Laura:

    Qué tristeza ver que aún existen personas que desde el anonimato dejan lo peor de si mismos.

    Qué pena, pero comentarios como el anterior hay que dejarlos donde el "destinatario", seguro, tiene enterrados su rostro y lo que le sigue: en la basura

    En lo que a ti te corresponde, pienso, es seguir caminado por ahí, tan bonita como siempre

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Laura:

    Hiciste magia, y estuvo de primera.

    Me gustó mucho

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Luis Daniel: es una suerte (o justicia poética) tener a alguien a quien le guste la magia.

    Un abrazo y muchas gracias.

    ResponderEliminar
  4. No hay que ser! Pensé que lo de los troncos y Quevedo se me había ocurrido sólo a mí!

    ResponderEliminar
  5. LA PERSONA QUE PUSO LO DE ARRIBA NO TIENE EL VALOR PARA DECIR SU NOMBRE Y HABLAR DE FRENTE.

    LAURITA YA SABES SI TU BRILLO Y REDACCION LE LASTIMA A ESA PERSONA ES POR QUE TU LO HACES MEJOR.

    SIGUE ADELANTE QUE ERES LA PROMESA DE NUESTRO CAMPECHE.

    CADA VEZ QUE TE VISITO ME HACES OLVIDAR DEL TIEMPO, ATRAPAS MIS SENTIDOS Y HACES QUE LA MENTE TRABAJE UN POCO. JE JE JE

    SUERTE EN TODO. HASTA PRONTO.

    ResponderEliminar
  6. Eduardo: dejarè la écfrasis para dedicarme al estudio de los troncos en una isla perdida y te cuento si es entretenido.

    Leyber: gracias por el apoyo. Un abrazo.

    ResponderEliminar