domingo, 15 de noviembre de 2009

Jungla de vanidad


A Laura León de Plaza Américas


La vida de estudiante becada me ha orillado a la austeridad. Antes declaré que uno de mis pecados favoritos es la vanidad, lo sigue siendo aunque no lo ponga en práctica muy seguido. Ahora se trata de andar en bajo perfil y pasar inadvertida, con un atuendo que se repite más de una vez por semana tipo personaje de caricatura (lo que me hace recordar una escena en los Simpson del armario de Bart, repleto de shorts azules y playeras rojas).


Hace unas semanas me preparaba para asistir a la presentación de equis libro por parte de Marcelo Uribe. Había preparado mentalmente un par de preguntas porque me interesaba saber cómo funcionaban ciertas cosas en la editorial Era. La suerte se puso en mi contra una vez más, dejando que el cielo escupiera tremenda lluvia. Quedé atrapada en el transporte urbano (combi) y di por perdida la presentación de Uribe, así que continué la ruta dos. Me bajaría hasta que lo hicieran todos los pasajeros.


Plaza Américas, tan limpia y concurrida como suele ser los sábados por la tarde. Me limpié las botas antes de entrar al edificio y así reducir las miradas de desaprobación de los custodios. Un poco triste para mí caminar sola en una plaza si podía estar plácidamente en la conferencia, escuchando las anécdotas de un editor o caminando por los estantes de libros con la disyuntiva de escoger unos cuantos ajustándome al presupuesto estudiantil. Frente a la entrada de Cinépolis imaginaba si alguien había formulado mis preguntas o si Uribe tendría un futuro regreso.


El plan era beber un café y regresar a casa para ver las películas del único canal que mi televisión portátil transmite. La cafetería favorita estaba repleta de gente, maldije a las parejas de los sábados y en medio de las maldiciones mi mirada se posó en un maniquí. El vestido negro perfecto vestía las imperceptibles curvas de la muñeca, junto al favor de los reflectores y un par de zapatillas. Mis pies avanzaron autómatas, di las buenas tardes y pedí uno en talla pequeña, nada más por la curiosidad de saber cómo se me veía. Igual de autómata cambié el presupuesto de algunos libros por ese metro de tela (si acaso llegaba a tal cantidad) del que quedé enamorada a pesar de haber renegado (en cierta ocasión) de la frivolidad del resto de las mujeres.


A lado del baño de damas estaba el letrero que a cualquiera que lee revistas de cotilleo y moda hacer perder la cordura: 50% de descuento en ropa de verano. Cuando alguien dice que sólo va a ver ropa en una oferta de ese tipo, es una bárbara mentira puesto que, acto seguido, pelea con las demás compradoras por la única blusa de su talla o lanza miradas feroces a la que ose tomar las de la selección personal. “Para cuando haga falta”, pensé al arrebatar el último traje de baño de mi talla, a sabiendas que estamos entrando a invierno. Quizá la señora (digamos, unos cuarenta años y la cara de Laura León) pensó lo mismo cuando me quitó una minifalda y se burló de mi lentitud.


En algún lugar leí (probablemente lo vi en una película) que dejarle una tarjeta con la cuenta de ahorros a una mujer en los centros comerciales era peligroso, como lo es dársela a un estudiante de Letras en la Feria del libro. Yo cambié a Marcelo Uribe y la feria por una jungla del pecado, donde la más rápida es quien da el tarjetazo y se lleva las bolsas con ropa de liquidación. Más tarde, cuando por fin bebo el café que propició mi entrada al centro comercial, miro a un par de ellas caminar triunfales, casi flotando de orgullo, aunque les cueste trabajo cargar la obscena cantidad de bolsas que llevan impresas en ellas los nombres de muchas tiendas. Mi segundo encuentro con la doble de Laura León no fue muy decoroso para su persona: sin afán de burlarme le di la cartera que dejó caer, mientras el encargado de una famosa tienda con nombre de ciudad del Reino Unido la acusaba de dar un cheque falso. La minifalda también fue confiscada y devuelta a su sitio.


Recuerdo que una vez gasté mi dinero de la semana en unos zapatos que no necesitaba y me quedaban grandes. La respuesta de mamá fue: a ver si contemplándolos o con el forro sintético se te quita el hambre cuando debas salir a almorzar. Ya viene fin de mes. ¿Qué descuento podrá hacerme la dueña del departamento en la renta si le ofrezco un vestido, un traje de baño azul y tres blusas?

5 comentarios:

  1. Me recordaste a un episodio de los Simpson donde Liza le dice a Bart “¿No te has dado cuenta que nunca nos cambiamos de ropa?” jjja
    Una vez gasté todos mis viáticos en un par de Tenis Adidas y en una chamarra de la misma marca, me pasé todo el día pidiendo prestado para volver jja

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  2. Ya te dije que para la próxima, yo te acompaño a comprar ropa :)

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  3. Daniel J:
    a mí me gustaría ser como los personajes de los Simpson para no preocuparme por la ropa que uso. Yo igual me he gastado lo de la semana en ropa y zapatos que no me quedan.

    Saludos.


    Anónimo:
    cuando tenga dinero otra vez, con gusto acepto su compañía.

    Saludos de nuevo.

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  4. Laura:

    Las becas son sólo figuras razonables respecto al arte; por lo otro, uno siempre vive para contarlo.

    Si volviera a ganar una, seguro, te pediría que bailaras conmigo.

    Un abrazo mío y besos de Chincho

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  5. Orale, a ti te escribe mucho Chincho, bueno, sólo quería escribirte y felicitarte por tu blog

    Saludos

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