lunes, 13 de abril de 2009

Ensayo sobre la espera


Mi familia critica que tengo la mala costumbre de aplazar todos los trámites. Yo no los contradigo. Hoy fue el último día de inscripciones en la universidad. Me pareció que las siete y media de la mañana era la hora perfecta para hacer mi pago, sería la primera y sólo esperaría un rato antes de que la sucursal empezara a atender. Insólitamente hoy la mañana era fresca y eso me puso de buenas, caminé al banco casi sonriendo por el favor del clima.
Llegué y en la puerta ya aguardaban seis personas: un señor de gorra, un muchacho, una chica con su celular, un señor de lentes, un anciano y una chica de uniforme. Con la mirada el señor de gorra me indicó cuál era mi lugar en el arriate donde todos estaban sentados.
Abrían a las nueve, no a las ocho. Maldije internamente. Empezó a llover y tuvimos que juntarnos un poco más para protegernos bajo techo y evitar quedar empapados, la chica del celular puso una canción duranguense y le subió el volumen al aparatito. Sentí cómo me abandonaba el buen humor. Volví a maldecir.
-¿Qué trámites van a hacer? – preguntó el señor de lentes para romper el hielo- yo vengo a depositarle a mi hija.
El muchacho, la chica del celular, la del uniforme y yo íbamos a pagar la cuota de inscripción para la prepa y universidad. El señor de gorra fue a cobrar su cheque. Empezaba a sonar una canción de Juan Gabriel destrozada por el terrible duranguense cuando una camioneta se estacionó delante de nosotros, de ella bajó un hombre que fue a sentarse a lado mío; dio los buenos días y sacó su periódico para consultar el Melate. El hombre llevaba Rolex.
-¿No cayó nada?- preguntó el señor de gorra.
-Nada- dijo el del Rolex- hay que seguir jugando a ver si cae la bolita.
Sorpresivamente el muchacho dejó su primer puesto en la fila y se acomodó antes de mí, junto a la chica del uniforme. La chica del celular hizo una mueca y dejó de torturar mis oídos cambiando el duranguense con algo de pop. Escuché cómo la chica del uniforme le decía su nombre, edad y daba una carta de presentación de su vida. El chico sonreía embelesado.
-A hacer pagos- dijo el hombre del Rolex- como fue quincena y luego puente, no pude depositar antes.
-Sí, hombre- interrumpió el señor de lentes- a mí sólo me dio chance de cobrar la pensión.
Doblando la esquina apareció con paraguas una mujer madura parecida a Sofía Loren. El hombre del Rolex amablemente le extendió unas páginas del periódico para no posar su traje sastre gris en el mugroso arriate. Ella iba a pagar la colegiatura de su hijo. Después de dos canciones de Belinda la lluvia cedió un poco y el muchacho salió corriendo para cruzar la calle; lo perdí de vista en el vaivén de vehículos. Sofía Loren se quejaba del marido que se endeudó con el banco por unas apuestas, parecía conocer de años al hombre del Rolex.
-Lo peor es la vergüenza de deberle al banco- decía Loren entre molesta, triste e histriónica- No me molesta trabajar pero mi esposo es un desvergonzado y ahora doy la cara por él.
-Con todo respeto, señora- interrumpió el señor de lentes- qué necesidad de pasar por eso. Usted aún es fuerte y de buen ver para soportar humillaciones.
Sofía Loren agradeció las palabras y reprimió un par de lágrimas. La escena se tornaba divertida para mí como espectadora. Del otro lado de la calle llegaba el muchacho con una bolsa de plástico, sacó un sandwich y un té para la chica de uniforme, que le sonrió cual tierna adolescente. La chica del celular volvió a hacer muecas de celos y se desquitó poniendo más duranguense.
Mientras me entretenía con pláticas ajenas, al arriate llegaron más personas para ocultarse de las escasas gotas y hacer sentados la fila de rigor.
-Los demás bancos están peor que este- dijo el muchacho- di la vuelta por dos sucursales más y hay unas filas larguísimas.
-Entonces somos unos privilegiados- respondió el anciano.
Faltaba media hora para que los ejecutivos nos dieran la bienvenida a la sucursal; la mañana era más llevadera escuchando las quejas de todos y cada uno de ellos, desconocidos para mí. Nadie estaba ahí por gusto, pero pude reflexionar que era un modo de supervivencia al que me gustaría denominar “la epidemia de los trámites bancarios”. Fui la única que estaba en silencio (la chica del celular tampoco hablaba con los demás pero canturreaba y berreaba cada una de sus canciones) y escuché con atención que entre desconocidos se iban tejiendo lazos de una amistad que duraría hasta que el dependiente de ventanilla los atendiera.
La chica del uniforme platicaba animada con Loren, el hombre del Rolex leía el horóscopo de Virgo para una mujer con chalina, el señor de lentes y el anciano apostaban con un trovador recién llegado por el resultado final del clásico de fut bol.
-Oigan- gritó una mujer en pants- vamos a formar bien la fila, parece que van a abrir.
Había una cantidad impresionante de personas que no distinguí antes desde mi lugar. Cuando nos formamos la fila daba vuelta a la esquina. Faltaban cinco minutos para las nueve de la mañana y un joven trajeado abrió la puerta de la sucursal.
-Buenos días- saludó- Ya pueden ingresar al banco pero hay un inconveniente, quienes vengan a hacer pagos de la universidad tendrán que esperar hasta las doce del día, hay un problema en el sistema. Disculpen las molestias.
La queja fue general, los que iban por otros trámites se solidarizaron con nosotros desquitándose en maldecir al sistema. La fila estaba llena de estudiantes estallando en mentadas. Respiré hondo y di la vuelta pero antes noté cómo se dividían en las ventanillas mis compañeros de esa mañana: el señor de lentes, el hombre del Rolex, el anciano, el señor de gorra, Sofía Loren y los demás.
Eran las nueve, me daba tiempo de llegar al gimnasio para la clase de baile. A mi lado en el urbano se sentaron juntos la chica de uniforme y el muchacho, con la sonrisa pintada en ambas caras.

5 comentarios:

  1. LLegué a tu blog por el de Rodrigo Solís y te he leído con gusto, acompañado de los Sioxsie and the Banshees y una cerveza dos equis ámbar por el calor que hace en Tuxtla Gutiérrez, donde vivo.

    Felicidades

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  2. Luis Daniel: toma una ámbar de mi parte para matar un poco el calor, un saludo y es un gusto que me leas. Espero tus visitas por este humilde blog.

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  3. Laura, estoy seguro que si tú pudieras cambiarías radicalmente todos los sistemas que a los que debemos ajustarnos como sociedad civilizada, no me refiero sólo al sistema de programación de los bancos sino al sistema político, económico, laboral, estudiantil, cultural, clerical, etcétera. Tus textos son una clara expresión crítica en contra de ellos y me parece sano que te desahogues. Al leerte no percibo tu talento creativo pero puedo sentir tu inconformidad y la pasión con la que la señalas.

    Saludos y ojalá algún dia pueda leer algo más literario de ti.

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  4. Así es, Lino, soy una inconforme con los sistemas pero debo acostumbrarme en la medida de lo posible. Igual espero pronto leer algo literario tuyo. Un saludo.

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  5. me gusto este texto.
    me da escosor la idea de un tal "lyno Goytia" acerca del "si pudieras". por suerte podes, no sola, pero podemos. se que el fatalismo y el determinismo posmoderno estan de moda,de hecho da la sensacion de que cuanto uno mas fatalista es mas se construye en el arquetipo de intelectual posmoderno.pero leerte es un buen suspiro para el aire viciado.

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